La Organización Mundial de la Salud celebra anualmente, desde 1993 y cada 10 de septiembre, el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, con el fin de fomentar, a nivel global, compromisos y medidas de prevención, en colaboración y bajo el patrocinio de la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio.
En ese sentido, las cifras son alarmantes: un millón de muertes se registran al año por suicidio en el mundo, es decir, cada 40 segundos se suicida una persona en el planeta. El número de muertes por suicidio, excede el número combinado de muertes por homicidio y guerra. Las tasas de suicidio han aumentado en un 60% en las últimas 4 décadas.
El suicidio constituye una de las tres principales causas de defunción entre personas de 15 a 44 años y la segunda en el grupo de 15 a 29 años de edad. No obstante que tradicionalmente las mayores tasas de suicidio se han registrado entre varones de edad avanzada, las tasas entre jóvenes han ido en aumento, a tal grado que constituyen, hoy, el grupo de mayor riesgo en un tercio de los países del mundo.
En México, y de acuerdo con las estadísticas oficiales, día a día se suicidan 16 jóvenes. El 42% de los casos se registró en el grupo de edad comprendido entre los 15 y 29 años, seguido por el rango de edad de 25 a 34 años. La tasa se cuadruplicó en las últimas tres décadas. En el 2016, se registraron 6,291 suicidios en el país, en su mayoría de personas jóvenes y, por cada persona que se suicidó, se calcula que otras 20 intentaron hacerlo.
Este terrible problema de salud pública tiene su origen, principalmente, en la falta de esperanza de las personas, que se sienten atrapadas en un presente frustrante y con un futuro inexistente.
De acuerdo con los especialistas, las personas se suicidan cuando están en el punto más crítico de una depresión y pocos son quienes identifican las etapas de este trastorno. Las primeras señales refieren descuido de la persona en su higiene personal, pérdida de capacidad para disfrutar, conocida como ‘anhedonia’, tristeza, llanto fácil y sin motivo, bajo rendimiento o abandono escolar, aburrimiento, apatía y sentimientos de fracaso.
En una segunda instancia, considerada como de alerta intermedia, la persona presenta trastornos de sueño, alimenticios, fatiga sin motivo, desinterés y desapego a actividades, personas o cosas y dificultad para relacionarse con los demás.
Finalmente, se encienden signos de alarma: el individuo expresa pensamientos o intenciones suicidas, una ‘anestesia afectiva’, que lo vuelve cínico y lo lleva a desarrollar gusto por lo morboso, manifiesta deseos de tener armas, llega a escribir cartas póstumas para culpar a alguien o pedir perdón y, en el caso de adultos mayores, llegan a externar de manera verbal su cansancio de vivir.
Ante ello, resulta fundamental que si observamos, conocemos o sabemos de alguna persona que presente estos síntomas o comportamientos, intervengamos y contribuyamos a prevenir este terrible problema. Es nuestra obligación el difundir medidas de prevención y conocer las instancias a las cuales podamos y debamos estudiar a las personas o sus familiares y evitar un desenlace fatal.
¡Tú puedes salvar la vida de una persona en riesgo! Te invitamos a consultar la Guía de Intervención publicada por la Organización Mundial de la Salud, donde encontrarás valiosa información para atención de trastornos mentales, neurológicos y por uso y abuso de sustancias.
Visita además el sitio de la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio, para que conozcas como están abordando el problema de “Una de las tres principales causas de defunción” y participes en su cruzada.
Lee David. (2019). Juventud al borde del suicidio. Manual de Seguridad para la Prevención de Delitos. Recuperado de http://manualdeseguridad.com.mx/seguridad_newsletter/19/juventud_al_borde_del_suicidio.asp